Un hombre bueno. Emilio Custodio en el recuerdo

Algo se muere en el alma cuando un amigo se va

 

No voy a hablar de la inmensa labor científica y docente de Emilio, porque ya lo han hecho otros y porque es sobradamente conocida por todos los que nos dedicamos a la hidrogeología.

 

Conocí a Emilio en 1971 en el V Curso Internacional de Hidrología Subterránea, yo como alumno y él como profesor y director del curso.

 

De entrada, me llamaron la atención varios aspectos de Emilio. Por un lado, su cercanía (a pesar de su timidez). No nos trataba desde su clara superioridad, sino como a colegas y compañeros, cada uno con su obligación: él la suya de enseñar y la nuestra, de aprender. Y por otro lado, su humildad: nunca pretendía hacer gala de lo mucho que sabía, sino explicar las cosas de manera que pudiésemos entenderlas y asimilarlas. La docencia bien entendida y la investigación, eran su vocación.

 

Desde entonces mantuvimos siempre el contacto: en congresos, cursos, visitas suyas a Palma, mías a Barcelona, por teléfono…

 

Emilio ejercía su vocación como una responsabilidad social. Cuando estaba preparando una clase (siempre actualizada) o un trabajo científico, estaba “produciendo”. Era un trabajador incansable y exigente, en especial consigo mismo. Entendía que no todo el mundo tiene la misma capacidad intelectual pero comprendía mal la desidia, la apatía y la falta de dedicación y esfuerzo (“de cada cual según su capacidad, a cada cual según su trabajo”).

 

Recuerdo una vez en su despacho en Barcelona, la cara de susto que puso cuando le dije que tenía un cierto componente comunista (¡en plan provocación!) porque era un estajanovista. Tras el susto, las carcajadas. ¡Cuantos recuerdos!... Teniendo en cuenta sus profundas creencias religiosas, creo más bien que se guiaba por la parábola evangélica de los talentos, entendiendo talento en el sentido actual (capacidad intelectual) y no en el de moneda de la época. Nuestras  diferencias ideológicas nunca fueron obstáculo para que le tuviese un gran respeto y admiración y sobre todo, cariño.

 

Otra de las características de Emilio era su profunda humildad, siempre consideraba que no hacía suficiente. Recuerdo una vez, cenando en nuestra casa en Palma, que se quejaba de que ya no era capaz de mantenerse al día y le tuve que decir que no nos “insultara”, que si él no estaba al día ¿dónde estábamos nosotros?. Otra vez en su despacho en Barcelona, en una mesa cargada de publicaciones y papeles (lo más parecido a mi, entonces, mesa de despacho) fue a sacar un papel de debajo de un montón y se le cayeron varios: “estoy torpe, ya no sirvo para nada”. Le expliqué que su problema era que no conocía el “ciclo geológico” de una mesa de despacho: sedimentación en varias cuencas y a partir de cierto espesor de sedimentos, deslizamientos, cabalgamientos y finalmente, procesos gravitacionales de cobertera, tras lo que viene una erosión profunda que lo despeja todo...y vuelta a empezar. Creo que lo convencí porque nos reímos mucho.

 

A Emilio no le gustaba la carne. Lo descubrí en Zaragoza cuando coincidimos en un curso de gestión de recursos hídricos en el Centro Experimental Aula Dei, yo como alumno y él como ponente. Me habían hablado del restaurante El Cachirulo y fuimos a cenar. La especialidad eran las carnes y sólo tenían un plato de pescado (merluza creo recordar) que estaba agotado. Al final le hicieron una tortilla francesa con ensalada, mientras yo me tomaba unas costillitas de cordero y longaniza de Graus. “Si de pequeño te hubiesen hecho comer tanta carne e hígado como a mí, también le tendrías manía”.

 

Pero nadie es perfecto: Emilio no sabía bailar. Cuando en el autocar de una excursión (creo que en un congreso en Alicante), Concha y yo comentamos con Olga que íbamos a clases de baile, llamó rápidamente a Emilio para intentar que lo convenciéramos, pero no lo conseguimos (su timidez pudo más). De todos modos, me consta que le gustaba ver bailar a parejas que lo hiciesen bien.

 

Emilio descansa en paz pero vivirá siempre en los corazones de los que lo quisimos y lo admiramos.

 

Quan arribis a dalt la carena

mira el riu i la vall que has deixat

i aquest cor que ara guarda la pena

                                                     tant amarga del teu comiat” 

                

 

Emilio Custodio: un hombre bueno.

Alfredo Barón, Cabrera, marzo 2013
Alfredo Barón, Sierra de Cameros, La Rioja, 1967
"Yo siempre escribo a lápiz, las palabras en los ordenadores se las lleva un click" EL ROTO

 

 

 

 

Ésta página web es un regalo de jubilación para Alfredo Barón, de sus amigos.

Abril 2013.

 

 

 

 

 

Imagen portada: "Els Encantats, Pirineus."